martes, 26 de agosto de 2014

La CIA y la guerra fría cultural, por Frances Stonor Saunders

http://www.eldiario.es/internacional/EEUU-CIA-propaganda_0_106390002.html
Durante los momentos culminantes de la guerra fría, el Gobierno de Estados Unidos invirtió enormes recursos en un programa secreto de propaganda cultural en Europa occidental. Un rasgo fundamental de este programa era que no se supiese de su existencia. Fue llevado a cabo con gran secreto por la organización de espionaje de Estados Unidos, la Agencia Central de Inteligencia. El acto central de esta campaña encubierta fue el Congreso por la Libertad Cultural, organizado por el agente de la CIA, Michael Josselson, entre 1950 y 1967. Sus logros fueron considerables y su propia duración no fue el menor de ellos.
En su momento álgido, el Congreso por la Libertad Cultural tuvo oficinas en treinta y cinco países, contó con docenas de personas contratadas, publicó artículos en más de veinte revistas de prestigio, organizó exposiciones de arte, contaba con su propio servicio de noticias y de artículos de opinión, organizó conferencias internacionales del más alto nivel y recompensó a los músicos y a otros artistas con premios y actuaciones públicas. Su misión consistía en apartar sutilmente a la intelectualidad de Europa occidental de su prolongada fascinación por el marxismo y el comunismo, a favor de una forma de ver el mundo más de acuerdo con «el concepto americano».

Mierda de artista, de Piero Manzoni

http://www.pieromanzoni.org/EN/index_en.htm
En agosto de 1961 Piero Manzoni presentó una obra que revolucionaría el mundo del arte. Se trataba de unas cajitas llenas con 30 gramos de su propia mierda, por las cuales pedía como precio de venta el de la cotización diaria del oro.
La mayoría de la gente se lo tomó como una auténtica payasada, o a lo sumo como una broma al estilo de Dadá, pero la acción de Manzoni encerraba unas serias reflexiones sobre el arte.
En primer lugar, Manzoni criticaba con fina ironía el mercado artístico y el sistema capitalista, en el que la obra de arte se había convertido en una mercancía más. Ya no se trataba de estímulos culturales, ni de apertura de horizontes intelectuales: el artista se había convertido en una máquina de dar dinero.
Y, en segundo lugar, hacía una metarreflexión sobre la producción artística. El artista era un verdadero demiurgo que transmutaba cualquier cosa en objeto artístico. Con mierda de artista llevaba hasta el final el principio duchampiano del ready-made, merced al cual lo que confiere a cualquier objeto la categoría de obra de arte es la intencionalidad del artista que lo dota de un nuevo contexto. A partir de ahora, la auténtica esencia del arte no serían los objetos artísticos, sino la acción artística, el concepto.
Manzoni murió en el 63, en lo más activo de su vida. Con él se perdió el último azote del capitalismo artístico. Bienvenidos a la era de la Pasarela Cibeles y del Chanel para todos. ¡Manda carallo! ¡Y que luego digan que la mierda era aquello..!

La balsa de La Medusa


De entre las muchas obras cumbre del arte que se pueden admirar en el parisino Museo del Louvre destaca una de 1819 del pintor romántico Théodore Géricault titulada La balsa de La Medusa.
Esta enorme pintura, tanto por sus dimensiones (mide siete por cinco metros) como por su calidad pictórica, está basada en una truculenta historia que agitó la conciencia de la sociedad francesa de la época.
En 1816, tras la derrota de Napoleón y la restauración de los Borbones en el trono francés, una fragata, La Medusa, naufragó a unos 150 kilómetros de la costa del Senegal (en aquella época territorio galo). Como el total de los 400 navegantes no cabía en los botes salvavidas, el capitán decidió que éstos fueran ocupados según el rango de la tripulación, dando preferencia a oficiales y aristócratas. El resto, unas 150 personas entre marineros, sirvientes y soldados rasos, fue trasladado a una balsa construida con madera de la fragata que sería remolcada por los botes. Sin embargo, al poco tiempo, los aristócratas comprobaron que remolcar la balsa les entorpecía la marcha, así que decidieron cortar las amarras y abandonar la balsa a su suerte.